
Llevan varios días ciertos carcamales cagando por sus bocas auténticas perlas de la talla de ‘niñatas’,‘barbis’ o ‘cachorras’, dirigidas a las ministras del Gobierno. Sobre todo a dos de ellas, a Carme Chacón y a Bibiana Aído, responsables de los ministerios de Defensa y Igualdad respectivamente.
Arden en sí mismos y se consumen en el propio ácido sulfúrico que tienen por sangre al saber que una mujer embarazada va a gestionar las fuerzas armadas.
El más suave ha dicho que Carme Chacón, “no está preparada”.
Lo que no recuerdo es a nadie que pusiera en duda la preparación de Trillo cuando estaba al frente de Defensa. Pero claro, es que Trillo lo tenían todo controlado. Por ejemplo, sabía perfectamente donde estaba Honduras. ¡Viva Honduras!
Al Ministerio de Igualdad, aún embrión, han querido cepillárselo precisamente, muchos de los que vetan el aborto y el derecho de las mujeres de decidir sobre tener o no tener descendencia.
También, de lo más suavecillo que se ha dicho sobre la semilla ministerial ha sido que es “innecesario”.
Sin embargo, a mí se me ocurren varias cosas, por las que es necesario el Ministerio de la Igualdad.
Porque vivimos en un país en el que todavía hay empresas que echan a las empleadas que se quedan embarazadas.
Porque vivimos en un país en el que damos por echo que quien va a venir a limpiar la oficina es ‘la señora de la limpieza’ o que cuando llegan un chico y una chica a atender a los heridos en un accidente, él es el médico y ella la enfermera.
En un país en el que cuando salen en los periódicos fotos sobre consejos de administración de entidades varias o reuniones empresariales, sólo hay cuarentones o cincuentones panzudos y calvos.
En un país en el que los anuncios de detergentes los siguen haciendo las mamás y las abuelas y en el que todavía se oyen en los corrillos de los pueblos cuando salen conversaciones de estas, cosas como ‘Qué más queréis, si hasta los platos ya os los lava una máquina’.
La igualdad no consiste en que las mujeres se parezcan a los hombres, sino en estar en una situación de igualdad ante cualquier tipo de derechos y oportunidades.
Yo no que quiero ser igual que nadie. Ni mejor que nadie. Pero sí tener las mismas garantías que cualquier otro ante una misma situación.
O de verdad alguien cree que tengo yo ganas de que me cuelgue algo entre las piernas, de ser igual que alguno de esos que se replantean la valía de sus empleadas cuando se quedan embarazadas, de parecerme a los que dan por hecho que la ‘señora’ de la limpieza dejará la oficina como los chorros, a los que preferirían que ella hubiera sido la enfermera y él el doctor, a los panzones calvos, a alguno de los guionistas que elaboran esos anuncios de detergentes o a quien les da el visto bueno a sus guiones o a alguno de los que son capaces de decir cosas como lo de los platos.
Arden en sí mismos y se consumen en el propio ácido sulfúrico que tienen por sangre al saber que una mujer embarazada va a gestionar las fuerzas armadas.
El más suave ha dicho que Carme Chacón, “no está preparada”.
Lo que no recuerdo es a nadie que pusiera en duda la preparación de Trillo cuando estaba al frente de Defensa. Pero claro, es que Trillo lo tenían todo controlado. Por ejemplo, sabía perfectamente donde estaba Honduras. ¡Viva Honduras!
Al Ministerio de Igualdad, aún embrión, han querido cepillárselo precisamente, muchos de los que vetan el aborto y el derecho de las mujeres de decidir sobre tener o no tener descendencia.
También, de lo más suavecillo que se ha dicho sobre la semilla ministerial ha sido que es “innecesario”.
Sin embargo, a mí se me ocurren varias cosas, por las que es necesario el Ministerio de la Igualdad.
Porque vivimos en un país en el que todavía hay empresas que echan a las empleadas que se quedan embarazadas.
Porque vivimos en un país en el que damos por echo que quien va a venir a limpiar la oficina es ‘la señora de la limpieza’ o que cuando llegan un chico y una chica a atender a los heridos en un accidente, él es el médico y ella la enfermera.
En un país en el que cuando salen en los periódicos fotos sobre consejos de administración de entidades varias o reuniones empresariales, sólo hay cuarentones o cincuentones panzudos y calvos.
En un país en el que los anuncios de detergentes los siguen haciendo las mamás y las abuelas y en el que todavía se oyen en los corrillos de los pueblos cuando salen conversaciones de estas, cosas como ‘Qué más queréis, si hasta los platos ya os los lava una máquina’.
La igualdad no consiste en que las mujeres se parezcan a los hombres, sino en estar en una situación de igualdad ante cualquier tipo de derechos y oportunidades.
Yo no que quiero ser igual que nadie. Ni mejor que nadie. Pero sí tener las mismas garantías que cualquier otro ante una misma situación.
O de verdad alguien cree que tengo yo ganas de que me cuelgue algo entre las piernas, de ser igual que alguno de esos que se replantean la valía de sus empleadas cuando se quedan embarazadas, de parecerme a los que dan por hecho que la ‘señora’ de la limpieza dejará la oficina como los chorros, a los que preferirían que ella hubiera sido la enfermera y él el doctor, a los panzones calvos, a alguno de los guionistas que elaboran esos anuncios de detergentes o a quien les da el visto bueno a sus guiones o a alguno de los que son capaces de decir cosas como lo de los platos.
¿Alguien cree que alguna mujer quiere ser igual que alguno de esos? Yo al menos no, gracias.