Es posible que nos estuviera yendo mucho mejor si en lugar de estudiar las jarchas, los logaritmos, las capitales de repúblicas que aparecen y desaparecen y la masa atómica de los elementos químicos hubiéramos tenido profesores estilo McGiver que nos hubieran enseñado unos cuantos trucos respecto a como salir de situaciones difíciles de la vida. A mí nadie me ha preguntado nunca por las tales jarchas, ni me he encontrado al borde del abismo si no resuelvo un logaritmo, ni conozco a nadie que se le hayan subido los colores por no saber la capital de Uzbekistán.
Lo de la tabla de elementos, a ver si en alguna pregunta del trivial. Y la verdad es que no creo que ni siquiera quedas mal cuando alguien abre debate con lo de los logaritmos y tu única aportación a la conversación es que a ti el que más te gusta de todos ellos es el reguetón.
Bueno, exactamente tampoco es que me haya topado jamás encerrada en una cueva con bombas, maniatada y con que la única posibilidad de salir sea que la luz solar que entra por la angosta rendija rebote en mi horquilla plateada y el rayo catódico sirva para desintegrar la soga y crear una película protectora sobre mi persona que me permita aislarme de las balas de los malos.
Pero si es verdad que a veces la vida te mete en marrones tales que lo único que se te pasa por la cabeza es que al McGiver, ya que no le dio por hacer oposiciones a la Secundaria, por lo menos podría prestarse a dar unos cursillos de esos de los ayuntamientos.
No para cosas tan radicales como lo de las bombas, pero sí para enseñar a afrontar los malos tragos cotidianos y las situaciones complicadas. Porque si no, los seres humanos, que somos cobardes por naturaleza, optamos por hacernos los locos y ver si podemos escurrir el marrón, en un gesto tal de pasotismo que hace que cada vez el mundo gire más cansino.
Lo de la tabla de elementos, a ver si en alguna pregunta del trivial. Y la verdad es que no creo que ni siquiera quedas mal cuando alguien abre debate con lo de los logaritmos y tu única aportación a la conversación es que a ti el que más te gusta de todos ellos es el reguetón.
Bueno, exactamente tampoco es que me haya topado jamás encerrada en una cueva con bombas, maniatada y con que la única posibilidad de salir sea que la luz solar que entra por la angosta rendija rebote en mi horquilla plateada y el rayo catódico sirva para desintegrar la soga y crear una película protectora sobre mi persona que me permita aislarme de las balas de los malos.
Pero si es verdad que a veces la vida te mete en marrones tales que lo único que se te pasa por la cabeza es que al McGiver, ya que no le dio por hacer oposiciones a la Secundaria, por lo menos podría prestarse a dar unos cursillos de esos de los ayuntamientos.
No para cosas tan radicales como lo de las bombas, pero sí para enseñar a afrontar los malos tragos cotidianos y las situaciones complicadas. Porque si no, los seres humanos, que somos cobardes por naturaleza, optamos por hacernos los locos y ver si podemos escurrir el marrón, en un gesto tal de pasotismo que hace que cada vez el mundo gire más cansino.
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