Jako vivía en la gran aldea de casas circulares de la llanura.Había oído algo de una vida mejor, lejos, a unos cinco días a pie. Un lugar donde había más corzos y perdices que cazar, más moras para repartirse, más peces en los arroyos y más castañas y avellanas.
Había que seguir el curso del gran río hasta un lugar donde las aguas parecían separarse. Parecían unirse. Allí, había que abandonar el gran cauce y seguir el río pequeño, aguas arriba. Y caminar un día y descansar una noche. Y caminar otro día, por terrenos cada vez más escarpados, y descansar otra noche, entre las rocas cada vez más protectoras.
Había oído que en la montaña había otra aldea, sobre la ladera, donde las casas también eran circulares, un poco más pequeñas, pero bonitas y calientes, fuera del alcance del viento y desde las que se podía divisar todo un valle. Y sus corzos y sus perdices y sus moras.
Jako quería ir allí, donde se vivía mejor, donde poder ofrecer a Kora todos los días una pieza de carne. Y se fue, con Kora.Olvidándose de las vanidades y las avaricias de la gran aldea.A cazar corzos. A recoger moras. A construirse su casa redondeada de piedra, junto a las otras, en la ladera de la montaña que daba al gran valle.
Una etapa del año era muy fría. La nieve cubría las casas redondeadas de la ladera y la noche cristalizaba los arroyos. Por eso, había que prepararse y durante la estación templada almacenar los frutos y los cereales, para alimentarse en las noches de la estación fría. Cada una de esas noches precisaban de una hoguera dentro de la casa circular, que como era pequeña, se calentaba enseguida.
Kora tapaba algunas grietas de la pared de la casa, por donde a veces se colaba un soplo de aire helado. Jako zurcía una piel de conejo que ya empezaba a tomar forma de bota y daba vuelta a la pierna de cabra que empezaba a tomar color sobre las llamas.
Jako supo, al cabo de unos años, que muchos de los de la aldea grande habían hecho como él y Kora. Que se habían ido a las montañas, porque querían vivir mejor. Casi todos se fueron hacia el Norte.Unos, hacia una zona donde aparecía una roca negra, blanda, cuando perforaban la tierra para enterrar a sus muertos. Otros, hacia los abrigos rocosos que ofrecía la puerta de otra gran sierra, donde se decía que también había muchos rebecos que cazar. Durante muchos, muchísimos años, nadie vivió en la gran aldea de la llanura.Desde que los de Jako la abandonaron. Porque creyeron que en la montaña se vivía mejor.
Ahora, la gran aldea de la llanura tiene 65.000 jakos y koras.Muchos de ellos se cansaron de vivir en la montaña y creyeron que en la gran aldea se vivía mejor. Una gran aldea que acaba de descubrir que hace 2.500 años vivieron allí Jako y Kora, que se cansaron de sus vanidades y avaricias y se fueron a la montaña.
EL MUNDO/LA CRÓNICA DE LEÓN
Jueves, 30 marzo de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario