sábado, 27 de octubre de 2007

Reenvía este Mensaje

Dirijo este humilde escrito a todos esos amigos/conocidos/enemigos que no hacen más que enviarme cadenitas maleficiosas amenazándome con hechizos, embrujos y hecatombes del mundo si no transmito esos mensajes de correo electrónico en cadena que me llegan.
Saludos y cosas que les pasan no me mandan nunca, pero mensajes en cadena, puff.
A estas alturas es alucinante como tenemos comido el tarro con las supersticiones. Porque, quien más quien menos, coge y reenvía los mensajes en cadena. Incluso personas normales y corrientes que conozco sin especial trastorno conocido reenvían los mensajitos de las narices a sus amigos, sin pensar en la faena que les hacen.
Que es que al final se acaban los amigos y ya no sabes a quien enviárselos.
Y es que claro, quien va a arriesgarse a que el deseo que acaba de pedir después de hacer el juego ese del poema se le vuelva en contra y que si en los próximos quince minutos no envías el mensaje a 15 personas, el cielo te haga llegar vibraciones malignas que te impedirán dormir tranquilamente y ser feliz el resto de tu vida. Y lo mismo a toda tu familia. Habrá que reenviarla, por si acaso. Que las vibraciones malignas igual duelen.
Y aún las hay más graciosas. Tienes que escribir números en un papel, rellenar los cuadrados con nombres y si sigues leyendo la carta, el mensaje, que tiene cerebro, sabrá todo lo que estás pensando. Se lo sabe todo sobre ti. Cual es tu canción favorita, a quien amas, cual es la canción favorita de quien amas... es superlisto. Más listo que las vitrocerámicas de inducción, que saben de que material está hecho el cacharro donde vas a cocinar, si el cacharro es más pequeño o más grande que el fogón, si se te está quemando, si se te derrama algo por fuera... cuando se derrama algo, de momento sólo emiten un pitido. Pero como les dejemos seguir comiéndonos el terreno, dentro de nada te insultan.
¡Vaya mierda de sopa te está quedando!, dirá. A mí, la verdad, me parece que esas chismas se pasan de listas.
Bueno, pues tengo que confesar que de momento no se me ha caído la piel, no me ha salido viruela, ni mis familiares se han vuelto de color verde palo por no reenviar los mensajes en cadena. Y eso que tampoco me hubiera costado tanto hacerlo, que sólo hay que darle a reenviar.
Por cierto, el que lea esta columna tiene que hacer ochenta y cinco fotocopias y repartirlas entre sus ochenta y cinco mejores amigos que a su vez han de hacer lo mismo. Sobre el que se le ocurra romper esta cadena recaerá una maldición consistente en lo siguiente: se le empezará a hinchar un ojo hasta el punto en que se le salga de la poza, le caiga al suelo, suba rodando por la calle arriba y caiga en el pantano de Bárcena, se hunda hasta quedarse clavado en la punta de la cruz que copaba la vieja iglesia del pueblo, ahora bajo aguas, y no haya posibilidad jamás de recuperar el valioso objeto por el resto de su vida, amén.
EL MUNDO/LA CRÓNICA DE LEÓN
21 ABRIL 2007

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