lunes, 29 de octubre de 2007

Se nos ve la cara de pobres

A los que somos pobres se nos debe ver la cara de pobres o llevamos el cartel anunciándolo colgado de algún sitio.
Y si no es así, desde luego nos cuesta muchísimo disimular que no llegamos a ser ricos del todo.
Si no, no entiendo algunas cosas que nos pasan cuando vamos a comprar grandes enseres, tipo muebles, tipo coche o de cualquier otro tipo de cosa de soltar un montón de pasta y por momentos te da la sensación de que el vendedor no te quiere vender lo que quieres comprar.
Es cierto que algunos vendedores tienen que ser auténticos filósofos y filosofar para tratar de vender todo lo que puedan y más, que para eso viven de eso, valga la repugnancia (como le oí decir a uno).
Pero eso, para tratar de vender, no para tratar de no vender, pienso yo.
Y es que, mi cara de pobre se me debió de quedar a cuadros cuando una vendedora de muebles me dijo hace poco: «Sí, este es de mejor calidad, pero claro ¿no te podrás permitir gastar tanto, no?
Flipante.
«Cierto. Pero no es mi bolsillo, sino mi sentido común el que no me permite gastarme lo que cuesta esa cosa tan horrible en una tienda en la que tienen la cara de preguntarme tal cosa».

Me gustaría habérselo dicho tal cual se me pasó por la cabeza, pero simplemente me fui con la cara de pobre que se me había quedado a cuadros.
También me he topado con otro tipo de vendedores. Los que te dicen: «Es que eso no se va a poder».
Yo pensaba: «No lo entiendo, como puede ser tan difícil. Pero si son unos estantes. ¿Va a ser tan difícil poner unos simples estantes?»
En esto que va la tía y me espeta: «Es que lo lógico es que ahí pongas un espejo».
«Ya, pero es que yo lo que quiero son unos estantes», dije.
«Pero es que te va a quedar muy feo, todo el mundo pone un espejo», insiste la pava, con esa voz de pito que tenía la muy... Uy, que me caliento.
«Bueno, pues me voy a comprar el espejo, tía, pero en la tienda de al lado y para ponerlo en el otro cuarto. Ahí pongo los estantes como hay Dios, que por cierto, también me los voy a comprar en la otra tienda». También me gustaría habérselo dicho, pero como suele pasar, los pobres solemos ser buena gente.
Me volví a ir sin más, sin estantes, sin espejo y sin ganas de volver a ver a la tía esa con voz de pito que trataba de convencerme de que me tenía que gustar lo que le gustaba al resto del mundo.
Por suerte, los pobres nos parecemos en una cosa a los ricos.
La posibilidad de elegir donde y en qué nos gastamos nuestra pasta, aunque ésta no sea mucha.
EL MUNDO/LA CRÓNICA DE LEÓN
19 DE JULIO DE 2007

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